No me interesan los templos de la moda repletos de almas rebajadas ante el culto a lo superfluo, ni los autobuses llenos de silenciosas rutinas sin inquietudes, no me interesan los estadios rebosantes de masas frustradas con la cabeza redonda, ni los prostíbulos de anónimos inhumanos donde nadie hace preguntas por miedo a hallar respuestas, ni los proselitistas que buscan votos jugando con el humo, la salud y el dolor ajeno.
Me interesa la energía que desprenden las sonrisas, las pautas de comunicación de los mundos interiores, me interesan los cuerpos que intuyen algo más que otra piel, la fuerza con la que una caricia enciende un mundo, la sensibilidad con la que conmueve el arte, los sueños infinitos que pueden prenderse de una mirada.
Por eso, aunque el invierno se vuelva crudo y olvide su reciente pasado en el que no se reconocía, yo abro de par en par mi ventana por la que lleva un tiempo colándose un viento nuevo que me habla, abriga, cobija y ensancha los caminos por los que Macondo parece vislumbrar al fin su ansiada salida al mar.
Y si sólo estoy soñando y el día aún sigue sin acudir, que nadie me despierte. ¡Es tan lindo soñar!