Tus pechos buscan mis manos o es mi boca la que anuncia el destino de los mismos mientras mi ansia acelera un corazón lastimado que al galope se desboca, estallando allá en lo oscuro lo que tu cuerpo esperaba.
Itinerante, mi lengua curiosa sigue buscando respuestas repetidas como una letanía para acallar el estruendo de este ordenado desorden.
Tu dádiva generosa me regresa a los silencios. Tu piel transito agradecido y el provocado éxtasis me sorprende distraído prendido de otra mirada. Ella no está.
En la penumbra de un crepúsculo mortal, intento sentir lo que no existe más allá de mis quimeras, miro a través de tus pestañas y el negativo se revela, tú eres el blanco, yo el negro.
Sobre mi lecho la sombra de ella oculta tu claridad.
Tú eres el viento, ella el mar y yo la vela.
Corazones atracados en puertos equivocados.