Las luces se apagan, pero él ve ahora con más claridad que antes. Es capaz de traducir lo que dicen unos ojos envueltos en miradas de cristal. Toma distancia de los demás y sin embargo sabe que nunca estuvo tan cerca de todos. Adivina gestos, intuye deseos. Por un momento no teme al tiempo, parece dominarlo y su privilegiada atalaya le permite controlar la situación con benevolencia.
Se ha contagiado de juventud y siente cercana una piel en la que aún no hay escrito casi nada. Conoce el final desde el inicio y a pesar de ello se ve sorprendido por sensaciones que creía olvidadas.
Repite un nombre corto. Juega con las vocales propias y las sustituye por las suyas sabiendo que nada cambiará. El destino les ha colocado uno enfrente del otro. Nadie percibe las miradas furtivas, ni siquiera las palabras lanzadas con premeditación. El día expira sin que nadie descubra el secreto.
Ella teme a las promesas, él sabe que no sirven de nada. Mañana es un terreno incierto pero ella aún no lo ha descubierto y él simplemente teme que no exista.
Le vuelve a asustar el tiempo, ha sido un paréntesis fugaz. Todo parece no tener demasiada importancia, pero siente que ha merecido la pena y en el silencio vuelve a repetir un nombre corto, su nombre. Ahora sabe que no aprendió nada, todo está como al principio sólo que ya tiene veinte años más, pero ella prefiere no saberlo.