Apenas llevo unos días en Macondo. No voy a definir cómo es esto, porque ya lo hizo con maestría, hace casi medio siglo, quien mejor podía hacerlo.
Me pregunto qué hago aquí, puede que este viaje tenga mucho de búsqueda o tal vez de huída, de cualquier forma no sé bien qué busco o de qué huyo.
Tampoco es la primera vez que hago el equipaje sin un destino cierto, sin más horizonte que un sueño imposible y con la esperanza cierta de convertir lo imposible en transitable. Tal vez por eso estoy aquí, porque en Macondo todo es posible. Aquí puede diluviar cogiendo desprevenido al mismísimo Noé que fuera nativo del lugar o de repente la niebla de la memoria extraviada es capaz de derretir las definiciones de las palabras e incluso sus grafías, sumergiendo a todo un pueblo en una amnesia colectiva de la que se recuperará una mañana cualquiera.
Me hubiera gustado conocer a alguno de los Buendía, a un José Arcadio, a Aureliano, a Amaranta Úrsula, pero hace tiempo que el buen Gabo les invitó a un viaje dentro de un libro y desde entonces no paran de dar vueltas por el mundo dejando su impronta allí por donde pasan.
No obstante mantengo la esperaza de encontrarme con el viejo Melquíades, para que me revele alguno de los secretos de la sabiduría humana, aunque sospecho que él debe andar escondido temiendo algún brote racista a la francesa por su condición de gitano.
Dicen que sólo el que busca halla y sólo el que huye puede librar la próxima batalla. Imagino que algún día convertiré en vuelta lo que hoy parece sólo camino de ida. De algo estoy seguro, siempre habrá un sendero por recorrer, siempre habrá un lugar al que llegar y cien años no son nada...