En ocasiones todo se conjura para llevarnos por determinados senderos o simplemente bajamos la guardia y nos dejamos apresar por sensaciones que nos sumergen en un determinado estado.
Por eso la otra mañana mientras sonaba "En el jardín de un monasterio" de Albert Ketèlbey, sus notas se aliaron con las épicas y lindas letras escritas por Almudena Grandes y su "Inés y la alegría" y el rumor de dos voces, mi pasado y mi futuro, mi madre y mi hija, para acabar desembocando todo en un escalofrío que recorrió mi espina dorsal y convergió en unos ojos, en un presente arrollador y en unas manos a las que me aferro cada noche y me ayudan a dormir como nunca antes lo había hecho nada ni nadie. Y vuelvo de la memoria ambigua y relativa del tiempo a la realidad insobornable y hermosa del espacio compartido y digo simplemente…amor.
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