"Pero, quiero que me digas, amor, que no todo fue naufragar por haber creído que amar era el verbo más bello. Dímelo, me va la vida en ello". LUIS EDUARDO AUTE
En Macondo todo parece ser posible. Se entremezclan la fantasía y la realidad sin que uno logre adivinar dónde termina una y comienza la otra, sin que uno distinga cuál es la línea que las separa.
Llegué aquí buscando de lo que huía o huyendo de lo que buscaba, no sé bien.
Ahora la luz que en realidad todo lo guiaba se ve menos que nunca, su haz luminoso parece haber encontrado otros barcos que alumbrar o puede que mi nao zozobre porque yo, torpe timonel no veo.
Percibo otras señales, tal vez equivocadas, difíciles de interpretar. No sé si tengo el derecho a buscar ese otro faro que durante tanto tiempo me sirvió de guarida, me abrigó y al que yo decidí ignorar. No sé si la inexperta llama de quien aún no ha calibrado la inmensidad del mar puede ser para mí, si yo merezco distraer sus jóvenes sueños. No sé si la cercanía que siento desde la distancia es suficiente, es necesidad o es remedio, si se transforman en espejismo unas palabras que hacen las veces de puerto donde atracar.
Brillan las aguas como si todas las estrellas con sus reflejos quisieran adornar una luna virgen y siento que me ahogo en un naufragio de miedos argumentados.
De repente estoy rodeado de tablas de salvación pero también tengo miedo de hundirme con ellas, de no elegir la más apropiada, la que me haga salir a flote y me lleve hasta la orilla.
En Macondo todo parece ser posible, incluso que aparezca ante mis ojos un mar que no existe cerca de estas tierras y que ya buscaron alguno de los Buendía.
RAFAEL MÉRIDA